jueves, 15 de mayo de 2008

Segunda Vuelta

Me gusta beber vino, no es un rasgo distintivo sin duda, ni una particularidad exclusiva, es más, me alegra que no esté reñido con mi yo adorador de la cerveza, mas bien es un ser complementario.

Hay muchas clases de aficionados al zumo de uva, pero sin duda la que mas detesto es aquella que defino como "pseudofilo", es decir, ese personajillo normalmente varón joven que te recuerda que el vino hay que tomarlo a "x" temperatura (posiblemente se lo escucho a alguién o lo vió en el semanal que regalan los domingos con el periódico y que esta lleno de restaurantes fabulosos y muebles que nunca tendremos), además este sujeto conoce todas las "marcas" de vino que venden en el Carrefour así como su precio, que "para que sea bueno" segun él, tiene que costar como mínimo 10€ la botella.


Pero no venía yo a hablaros de vinos, es un tema que dejaremos para otra jornada mas relajada que esta.

A lo que iba, hoy he descubierto un mundo nuevo... el mundo de las olas gigantes, que además es un tema que me preocupaba bastante desde que vivo en una isla, y es que... segun me he informado, por esos oceanos de Dios hay olas enormes vagando, y tan pronto encuentran un barco o una isla pequeñita (como esas en los que los franceses hacían pruebas atómicas) se las zampan sin decir esta cresta es mía y allá que prosiguen en busca de otra inocente víctima.

Y eso me ha dado que pensar, porque si hay algo que no soportaría en este mundo, (aparte de pisarme los bajos de los vaqueros cuando llueve y dormir con los píes al aire) sería ser engullido por una malvada ola de 30 metros.

Así que de momento voy a mantenerme en casa, y acercarme lo menos posible a puertos y playas. He dicho

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